jueves, 7 de octubre de 2010

Ocaso a las 19:34


Otoño de intensidad silenciosa.
Sentada sobre el suelo crujiente
las manos suavemente apoyadas
en contacto con la tierra,
húmeda y sincera.
La insinuante y cálida brisa
enmarañando jugosa
incitando sonidos en la hojarasca
de antiguas y sólidas Encinas.

Ojos cerrados y respiración de latidos.
Te dejas mecer por el murmullo,
el amortiguado alboroto
del flujo pausado de tus pensamientos.
Envuelta en un cúmulo de telarañas
de esponjosa quietud,
te acurrucas mecida por el espacio
como en confortable duermevela.
Los últimos rayos de sol te abrazan
secando la penas latentes.
Los párpados se abren
las pupilas brillantes bailan fascinadas.

Con la calma de toda una vida
invadiendo tu cuerpo,
contemplas receptiva en plácida sonrisa
el atardecer sobre el sencillo horizonte.
Franjas de inestables colores
vibrando en alegre nostalgia,
dibujan el cielo inconmensurable.
Poquito a poco,
mientras la esfera luminosa
desaparece enigmática,
el tumulto interno va cesando
contagiado de la serena armonía.

No hay palabras.


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